Preguntaron
unos padres al abad Macario, el egipcio:
«¿Por qué tu cuerpo está
siempre reseco, lo mismo cuando comes que cuando
ayunas?». Y dijo el anciano: «Así
como el madero con el que se manejan los
leños que arden en el fuego, acaba siempre
por consumirse, así también cuando un
hombre purifica su espíritu en el temor de
Dios, este temor de Dios consume hasta sus
huesos».
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